Sábado 13 de marzo de 2021 – La oración humilde.
H. José Alberto Rincón, L.C.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor, envía tu Espíritu para que sea Él quien ore en mí.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 18, 9-14
En aquel tiempo, Jesús dijo esta parábola sobre algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás:
“Dos hombres subieron al templo para orar: uno era fariseo y el otro, publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior: ‘Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos y adúlteros; tampoco soy como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todas mis ganancias’.
El publicano, en cambio, se quedó lejos y no se atrevía a levantar los ojos al cielo. Lo único que hacía era golpearse el pecho, diciendo: ‘Dios mío, apiádate de mí, que soy un pecador’.
Pues bien, yo les aseguro que éste bajó a su casa justificado y aquél no; porque todo el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido”:
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Orar es elevarnos hacia Dios, poner nuestra mirada en Él y comenzar el diálogo. En tiempos de Jesús, el pueblo judío tenía, además, que hacer el esfuerzo físico, literalmente, de subir al Templo para orar. En este ejercicio externo había ya una prefiguración del movimiento que en el alma tenía también que ocurrir. Para subir, uno debe encontrarse abajo. Esta es la dinámica de la oración.
En la parábola vemos precisamente un ejemplo de ello. Tanto el fariseo como el publicano suben externamente al Templo, pero el panorama del alma de ambos no podía ser más diverso. El fariseo, creyendo estar encumbrado por su observancia fría de las reglas, pretende hablar a Dios como un igual mientras mira al publicano hacia abajo. El publicano, consciente de que no está a la altura de Dios, mantiene su cabeza agachada e implora la misericordia divina desde la humildad.
¿Cuántas veces no nos sorprendemos a nosotros mismos en la actitud del fariseo? Agradecemos falsamente no ser como otros a quienes juzgamos indignos de Dios, a la vez que pedimos no llegar a vernos en esas circunstancias. ¿Y dónde está Dios en esa oración? Lo hemos desterrado, pues sólo hay espacio para lo que nosotros juzgamos y deseamos. Más nos valdría aprender del publicano, y comenzar por reconocer que no tenemos derecho a exigir nada, pero aun así podemos ofrecer nuestra pequeñez. Eso es lo que conmueve el corazón de Dios.
Hemos dicho: orar es elevarnos hacia Dios. Hace falta ser más precisos, porque no son nuestros esfuerzos los que nos llevan a Él. Sí, son necesarios para empezar el camino, pero por sí solos no llegan a la meta. Orar es, ante todo, dejar que sea Dios quien nos eleve hacia Él. Y eso es posible únicamente cuando, con humildad, reconocemos nuestra verdad ante el Señor. Soy pequeño, y por eso necesito de Ti. Soy pequeño, y por eso Tú vienes a mí.
«La lección de la parábola del fariseo y del publicano es siempre viva y actual: nosotros no somos mejores que nadie, todos somos hermanos en una comunidad de fragilidad, de sufrimientos y en el ser pecadores. Por eso una oración que podemos dirigir a Dios es esta: “Señor, no es justo ante ti ningún viviente —esto lo dice un salmo: ‘Señor, no es justo ante ti ningún viviente’, ninguno de nosotros: todos somos pecadores—, todos somos deudores que tienen una cuenta pendiente; no hay ninguno que sea impecable a tus ojos. ¡Señor ten piedad de nosotros!”. Y con este espíritu la oración es fecunda, porque vamos con humildad delante de Dios a rezar por todos. Sin embargo, el fariseo rezaba de forma soberbia: “Te doy gracias, Señor, porque yo no soy como esos pecadores; yo soy justo, hago siempre…”. Esta no es la oración: esto es mirarse al espejo, a la realidad propia, mirarse al espejo maquillado de la soberbia.»
(Audiencia S.S. Francisco, 16 de diciembre de 2020)
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Antes que agradecer a Dios en mi oración por los males de los que me ha librado, lo alabaré de modo especial por todos los bienes que está obrando en la vida de las personas que me rodean.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.