Sábado 20 de noviembre de 2021 – «Poner la mirada en el cielo…»
Óscar Rendón, LC
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor Jesús, en este momento me pongo en tu presencia. Gracias por darme la oportunidad de llegar a este nuevo día, de disfrutar los pequeños detalles que le dan un verdadero valor y sentido a la vida. Dame la gracia de encontrar en tu Palabra el camino que quieras que siga y con el cual me pueda acercar cada vez más a ti.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 20, 27-40
En aquel tiempo, se acercaron a Jesús unos saduceos, que niegan la resurrección, y le preguntaron: «Maestro, Moisés nos dejó escrito: Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer, pero sin hijos, cásese con la viuda y dé descendencia a su hermano. Pues bien, había siete hermanos: el primero se casó y murió sin hijos. Y el segundo y el tercero se casaron con ella, y así los siete murieron sin dejar hijos. Por último murió la mujer. Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete han estado casados con ella”. Jesús les contestó: «En esta vida, hombres y mujeres se casan; pero los que sean juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos no se casarán. Pues ya no pueden morir, son como ángeles; son hijos de Dios, porque participan en la resurrección. Y que resucitan los muertos, el mismo Moisés lo indica en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor «Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob». No es Dios de muertos, sino de vivos; porque para él todos están vivos». Intervinieron unos escribas: «Bien dicho, Maestro». Y no se atrevían a hacerle más preguntas.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Cuando leemos este pasaje, pueden surgir varias preguntas, y tal vez muchas de ellas sean válidas, pero lo que sin duda se ve reflejado en estas líneas, y lo que debe quedar resonando en nuestras mentes, es la temporalidad de la vida; y entendamos la temporalidad como lo pasajero, como aquello que tiene una duración determinada.
Es muy probable, que muchos de nosotros podamos ver la vida como la pudieron ver los saduceos, por lo menos en parte; es decir, vivimos como si no fuéramos a morir y la vida después de la muerte no existiera. Es una realidad que nos concentramos, en algunos casos excesivamente, en lo superficial, en las cosas materiales; que si bien, son importantes para nuestro bienestar en esta tierra, no son lo verdaderamente importante. Lo material se acaba, se corrompe, deja de existir, pero nuestro espíritu permanece y trasciende lo material. Planteémonos ahora lo siguiente: nos preocupamos por buscar las mejores cosas para lograr cierta comodidad para nosotros y nuestra familia, buscamos satisfacer pequeños o grandes gustos, ¿puedo decir de la misma manera, que trato de alimentar y hacer crecer mi espíritu en una buena relación con Dios, con los demás e incluso conmigo mismo?, ¿he reflexionado en el momento en que muera y me presente ante Dios?, ¿qué puedo decirle?, ¿qué puedo ofrecerle?, ¿cómo he vivido mi vida? Las cosas materiales por las que me esforcé no me servirán de nada, ni siquiera podré llevarlas; el orgullo que quizá tanto me hacía creer que yo era más importante que cualquiera o que siempre tenía la razón, evitó que mi corazón aprendiera a perdonar y a vivir la vida con la sencillez que Dios me pide. Hagamos un alto en el camino y evaluemos qué tanta importancia doy a lo terrenal, a lo superficial, qué tanto esfuerzo hago para ensanchar mi corazón y crecer en el amor cada vez más.
Dice san Juan de la Cruz: al atardecer de la vida nos examinarán del amor y el mismo Cristo nos lo dice en su Palabra, el amor es el centro de todo; el amor que me mueve a agradar mucho más a Dios en los pequeños detalles y a querer buscar lo que verdaderamente me sirva para aquel gran momento, cuando finalmente lo vea cara a cara. No olvidemos que la vida es una pequeña fracción en comparación con la eternidad.
«Nosotros resucitaremos para estar con el Señor y la resurrección comienza aquí, como discípulos, si estamos con el Señor, si caminamos con el Señor. Este es el camino hacia la resurrección. Y si estamos acostumbrados a estar con el Señor, este miedo a la transformación de nuestro cuerpo se aleja. Por eso no hay que tener miedo a la identidad cristiana, que no termina con un triunfo temporal, no termina con una hermosa misión. Porque la identidad cristiana se realiza plenamente en la resurrección». (S.S. Francisco, Homilía, 19 de septiembre de 2014).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Hagamos hoy un alto en nuestras vidas, pensemos, de cara a Dios, qué es lo verdaderamente importante, reflexionemos sobre el momento en que me encuentre cara a cara con Dios, ¿me siento preparado para ese gran momento?, ¿puedo decir que amé lo suficiente?
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
El mundo de hoy y nuestras vidas están llenas de ocupaciones, pero tratemos de detenernos un momento, evaluemos a qué le estoy dando más tiempo de mi vida, ¿vale la pena?
A quién he descuidado, tal vez, a mis padres, a mis hijos, mi esposa o esposo, mi relación con Dios, qué tanto he crecido en el amor sencillo que no espera nada a cambio.
Puedes tomar una hoja y bolígrafo y plasmarlo, eso nos ayuda a visualizar mejor las cosas y prioridades que hoy tienes.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.