Sábado 26 de noviembre – Contemplar el amor inmenso que Dios me tiene.
H. Balam Loza LC
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Jesús, enséñame a orar. No sé orar. Así como cuando Tú invitaste a tus discípulos a orar contigo así me encuentro yo. Dame más fe, para darme cuenta quién está delante de mí: Dios mismo. A veces al ver la Eucaristía me acostumbro y sin embargo eres Tú quien está aquí. Aumenta mi amor para que no tenga que decir muchas palabras sino que puede estar aquí como un amigo hablando de corazón a corazón.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 21, 34-36
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Estén alerta, para que los vicios, la embriaguez y las preocupaciones de esta vida no entorpezcan su mente y aquel día los sorprenda desprevenidos; porque caerán de repente como una trampa sobre todos los habitantes de la tierra».
Velen, pues, y hagan oración continuamente, para que puedan escapar de todo lo que ha de suceder y comparecer seguros ante el Hijo del hombre».
Palabra del Señor
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio.
«Llevamos un tesoro en vasos de barro». No hace falta reflexionar mucho para darnos cuenta de lo débiles que somos. Apenas uno sale de misa y ya está pensando mal o peleándose con alguno o simplemente criticando con buenas formas la homilía «aburrida» del padre. Y sí, es normal pues somos débiles. El mismo san Pedro, apenas había dicho a Jesús que no lo negaría nunca y pocas horas más tarde ya estaba negándolo. Sí, era un hombre tan normal como cualquiera.
Sin embargo vio a Jesús. Y esa mirada le cambio la vida. Encontró la misericordia de Dios y eso le dio la fortaleza para vigilar continuamente. Su oración ya no era de palabras hermosas sino una verdadera amistad con Cristo, una profunda relación con Él. Tal vez no le prometía grandes cosas, pero puso en las manos de Jesús, ese pobre amor. Sabía que no le podía dar mucho, pero le dio todo lo que tenía.
Y la oración no es decir mucho, no es pensar mucho, no es ofrecer mucho. Es simple y sencillamente ver esa mirada de Jesús, contemplar el amor inmenso que Dios me tiene y poner en sus manos ese pobre amor mío. Pero si bien es pobre, es el amor que Jesús nos pide. El amor que yo le puedo dar. Y eso es la oración, ponernos en manos de Dios tal cual somos.
Tal vez, apenas salgamos tropezaremos, pero si reconocemos nuestros límites le permitimos a Dios que entre. Cuando reconocemos que no podemos es cuando el Señor nos fortalece.
«El núcleo central en torno al cual gira el discurso de Jesús es Él mismo, el misterio de su persona y de su muerte y resurrección, y su regreso al final de los tiempos. Nuestra meta final es el encuentro con el Señor resucitado. Yo os quisiera preguntar: ¿cuántos de vosotros pensáis en esto? Habrá un día en que yo me encontraré cara a cara con el Señor. Y ésta es nuestra meta: este encuentro. Nosotros no esperamos un tiempo o un lugar, vamos al encuentro de una persona: Jesús. Por lo tanto, el problema no es «cuándo» sucederán las señales premonitorias de los últimos tiempos, sino el estar preparados para el encuentro. Y no se trata ni si quiera de saber «cómo» sucederán estas cosas, sino «cómo» debemos comportarnos, hoy, mientras las esperamos. Estamos llamados a vivir el presente, construyendo nuestro futuro con serenidad y confianza en Dios.»
(Homilía de S.S. Francisco, 15 de noviembre de 2015).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy, Jesús, voy a dedicar un momento, delante de algún sagrario, para hacer un rato de oración. Aprovecharé para leer con calma el salmo 103.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.