incredulidad asombro

Sábado 27 de abril de 2019 – La incredulidad es una trampa.

H. Hans Candell, L.C.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor Jesús, ayúdame a escuchar con claridad tus palabras que para mí son vida y gracia.

Evangelio del dí(para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Marcos 16, 9-15
Habiendo resucitado al amanecer del primer día de la semana, Jesús se apareció primero a María Magdalena, de la que había arrojado siete demonios. Ella fue a llevar la noticia a los discípulos, los cuales estaban llorando, agobiados por la tristeza; pero cuando la oyeron decir que estaba vivo y que lo había visto, no le creyeron.
Después de esto, se apareció en otra forma a dos discípulos, que iban de camino hacia una aldea. También ellos fueron a anunciarlo a los demás; pero tampoco a ellos les creyeron.
Por último, se apareció Jesús a los Once, cuando estaban a la mesa, y les echó en cara su incredulidad y dureza de corazón, porque no les habían creído a los que lo habían visto resucitado. Jesús les dijo entonces: «Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio a toda creatura».

Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

El epílogo del Evangelio de Marcos subraya la experiencia de la duda que paraliza a los seguidores de Jesús al día siguiente de su resurrección, manteniéndolos en luto y en lágrimas. Los discípulos, señala el evangelista, no querían creer que su Maestro, crucificado, muerto y sepultado, estaba vivo y había sido visto por María Magdalena.

Su «incredulidad y dureza de corazón» se hacen eco del reproche de Jesús.

Sin embargo, no nos sorprendamos: después de dos mil años, la reacción a este anuncio es la misma. La incredulidad sigue siendo una trampa, un desafío y una lucha para el cristiano. Y así debe ser, porque la turbulenta combinación de fe y duda es la prueba de que para nosotros la resurrección de Jesús no es un hecho teórico, adquirido de una vez por todas en lo abstracto, sino una experiencia viva que nos sorprende y nos consterna continuamente. En este terreno escarpado, el Resucitado, de hecho, se entrelaza con nuestra libertad, ciertamente sin ahorrarnos el reproche. Y lo hace proponiéndonos una misión: «Id por todo el mundo y predicad el Evangelio». Como diciendo: tu fe se fortalece y madura dándola.
«Se necesita el alma de un niño» – sostiene el filósofo francés Jean Guitton – «para que la incredulidad no inunde el corazón y la fe se exprese en la franqueza de la proclamación. Necesitamos apertura, intuición, inteligencia, virtud, confianza, amor y mucha voluntad, trabajo y perseverancia».
En este tiempo representado por los cincuenta días después de la Pascua que nos separan de Pentecostés, vive en lo más profundo de tu corazón la experiencia espiritual de los Once, su llanto, su incredulidad, su miedo, y al mismo tiempo percibe el reproche de Jesús como un estímulo contra la autocompasión y el miedo taimado a la muerte, siempre latente en el crepúsculo de tu corazón. Que esta sea tu oración:

Señor Jesús, que el asombro sostenga mi mirada intrépida hacia tu tumba vacía. Que crea y viva mi fe con el alma de un niño. Que me exponga con confianza a la acción vivificante del Espíritu que hace fructificar mis días, permitiéndome anunciar el Evangelio, celebrar el misterio y dar testimonio de la caridad.

«“¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?”. Este reproche de Jesús a sus discípulos nos permite comprender cómo el obstáculo para la fe no es con frecuencia la incredulidad sino el miedo. Así, el esfuerzo de discernimiento, una vez identificados los miedos, nos debe ayudar a superarlos abriéndonos a la vida y afrontando con serenidad los desafíos que nos presenta. Para los cristianos, en concreto, el miedo nunca debe tener la última palabra, sino que nos da la ocasión para realizar un acto de fe en Dios… y también en la vida. Esto significa creer en la bondad fundamental de la existencia que Dios nos ha dado, confiar en que él nos lleva a un buen final a través también de las circunstancias y vicisitudes que a menudo son misteriosas para nosotros. Si por el contrario alimentamos el temor, tenderemos a encerrarnos en nosotros mismos, a levantar una barricada para defendernos de todo y de todos, quedando paralizados. ¡Debemos reaccionar! ¡Nunca cerrarnos!» (Homilía de S.S. Francisco, 25 de marzo de 2018).

Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Anunciar con alegría y esperanza la gran noticia del Evangelio: ¡Cristo a resucitado!

Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

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