Sábado 3 de diciembre – Abundancia de dones recibidos.
San Francisco Javier, presbítero
H. Iván Yoed González, L.C.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
«Así como el sol ilumina al mismo tiempo a los cedros y a cada florecilla, como si sólo ella existiese en la tierra, del mismo modo Nuestro Señor se ocupa tan personalmente de cada alma, como si no hubiera otras como ella. Y así como en la naturaleza todas las estaciones están ordenadas de tal modo que en el día señalado se abra hasta la más humilde margarita, de la misma manera todo está ordenado al bien de cada alma». (Santa Teresa de Lisieux, Historia de un alma).
Quiero siempre confiar en Ti, Señor.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Mateo 9, 35-10, 1.6-8
En aquel tiempo, Jesús recorría todas las ciudades y los pueblos, enseñando en las sinagogas, predicando el Evangelio del Reino y curando toda enfermedad y dolencia. Al ver a las multitudes, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y desamparadas, como ovejas sin pastor. Entonces dijo a sus discípulos: «La cosecha es mucha y los trabajadores, pocos. Rueguen, por tanto, al dueño de la mies que envíe trabajadores a sus campos».
Después, llamando a sus doce discípulos, les dio poder para expulsar a los espíritus impuros y curar toda clase de enfermedades y dolencias. Les dijo: «Vayan en busca de las ovejas perdidas de la casa de Israel. Vayan y proclamen por el camino que ya se acerca el Reino de los cielos. Curen a los leprosos y demás enfermos; resuciten a los muertos y echen fuera a los demonios. Gratuitamente han recibido este poder; ejérzanlo, pues, gratuitamente».
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio.
Jesús, tu testimonio de generosidad, de ese «dar», me sacude. Tú, Dios venido al mundo, poseedor de tantos dones, de los que no quisiste disponer sino obsequiar, te volviste pobre entre los pobres.
Gratis de Ti, gratis desde tu corazón he recibido tanto. Tan sólo el don de los sentidos, como la vista, para contemplar lo bello de este mundo, para mirar lo que puedo renovar, o para mirar una persona cara a cara, para percibir una sonrisa; el don del tacto, y aunque tan sólo fuese para palpar algo sencillo ¡como una fruta!, o para consolar con una palmada, dar la mano a alguien, o para acariciar; el don del olfato, del gusto… ¡Doy tantos dones por sobreentendidos! ¡Como si se explicasen solos!, como si no hubiera un donador, como si no hubiese un padre bueno.
Mis amigos, mi familia, mi trabajo, mis estudios, incluso mis problemas (que son oportunidades para amar más puramente)… y gratis todo a fin de cuentas, Jesús. Ojalá contemplara más frecuentemente cuánto he recibido por tu amor, y así quizá mi corazón cambiaría: no me sentiría como si fuera yo mismo quien se da las cosas, como si fuese yo el dueño de cada una de ellas. Pues poseo tantos tesoros, pero los poseo en mi vasija de barro, que soy yo.
Todo don, todo obsequio de tu mano, no he de conservarlo para mí, sino orientarlo siempre hacia la eternidad.
«Nuestra vida está totalmente segura en las manos de Jesús y del Padre, que son una sola cosa: un único amor, una única misericordia, reveladas de una vez y para siempre en el sacrificio de la cruz. Para salvar a las ovejas perdidas que somos todos nosotros, el Pastor se hizo cordero y se dejó inmolar para tomar sobre sí y quitar el pecado del mundo. De esta manera Él nos ha dado la vida, pero la vida en abundancia.»
(Homilía de S.S. Francisco, 17 de abril de 2016).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy me detendré un instante, en silencio, para pensar de qué te podría dar gracias, Jesús.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.