Sábado 4 de abril de 2020 – Confío en Dios.
San Isidro, obispo y doctor de la Iglesia
H. Francisco J. Posada, L.C.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor, te veo y te contemplo en la cruz, clavado al madero, en el que me demuestras tu amor. Ayúdame a que cada vez que me encuentre con tu cruz, te pida la fuerza para cargarla. Sé mi único refugio y fortaleza para que pueda vivir en tu presencia hasta mi último día. ¡Gracias por tu cruz y por tu amor!
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Juan 11, 45-56
En aquel tiempo, muchos de los judíos que habían ido a casa de Marta y María, al ver que Jesús había resucitado a Lázaro, creyeron en él. Pero algunos de entre ellos fueron a ver a los fariseos y les contaron lo que había hecho Jesús.
Entonces los sumos sacerdotes y los fariseos convocaron al sanedrín y decían: «¿Qué será bueno hacer? Ese hombre está haciendo muchos prodigios. Si lo dejamos seguir así, todos van a creer en él, van a venir los romanos y destruirán nuestro templo y nuestra nación».
Pero uno de ellos, llamado Caifás, que era sumo sacerdote aquel año, les dijo: «Ustedes no saben nada. No comprenden que conviene que un solo hombre muera por el pueblo y no que toda la nación perezca». Sin embargo, esto no lo dijo por sí mismo, sino que, siendo sumo sacerdote aquel año, profetizó que Jesús iba a morir por la nación, y no sólo por la nación, sino también para congregar en la unidad a los hijos de Dios, que estaban dispersos. Por lo tanto, desde aquel día tomaron la decisión de matarlo.
Por esta razón, Jesús ya no andaba públicamente entre los judíos, sino que se retiró a la ciudad de Efraín, en la región contigua al desierto y allí se quedó con sus discípulos.
Se acercaba la Pascua de los judíos y muchos de las regiones circunvecinas llegaron a Jerusalén antes de la Pascua, para purificarse. Buscaban a Jesús en el templo y se decían unos a otros: «¿Qué pasará? ¿No irá a venir para la fiesta?».
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
La razón por la que querían matar a Jesús era el miedo de que se formara un grupo rebelde político que llevara al pueblo judío a tener problemas con las autoridades romanas. A simple vista parece contradictorio que quieran matarlo por todos los prodigios que hace, ya que esto es sumamente bueno, y quién no quisiera que la gente se curara, aunque fuese una persona mala, pues siempre hay algo de bondad en lo profundo de cada corazón.
La misión de Jesús está anunciada y para esta se ha preparado por 33 años. El tiempo de su última lucha con las fuerzas del mal ha llegado y le queda esperar a que la gente malvada empiece a actuar. Seguramente en el corazón de Cristo hay sentimientos de temor, pero no de desesperación. ¿Cómo es posible que una persona, en medio de tanto mal y dificultades, pueda seguir adelante? ¿Cómo seguir confiando en Dios? Cristo es fiel al que le ha dado el poder de curar enfermos, resucitar muertos, expulsar demonios; este poder que lo puede todo. Por esto Jesús dice, «sé en quien he puesto mi confianza y no me defraudará».
En tiempos difíciles algo que nos puede ayudar es mirar al crucifijo en el que se encuentra Jesús, un hombre que confió en Dios hasta la muerte. Debemos dejarnos interpelar por su confianza y amor que son infinitos tesoros ya que, si estamos con Dios, ¿quién podrá contra nosotros?
Cristo no nos pide solo creer, sino que también nos invita, en la medida de nuestras posibilidades, a hacer lo que podamos por incrementar nuestra fe, nuestro amor, nuestra confianza, porque no solo de fe vive el hombre, sino también de obras.
«Con la vida de la gente parece más fácil poner rótulos y etiquetas que congelan y estigmatizan no solo el pasado sino también el presente y el futuro de las personas. Les ponemos etiquetas a la gente: “este es así”, “este hizo esto, y ya está”, y tiene que cargar con eso por el resto de sus días. Así son esta gente que murmura –los chismosos–, son así. Y rótulos, en definitiva, lo único que logran es dividir: acá están los buenos y allá están los malos; acá están los justos y allá los pecadores. Y eso Jesús no lo acepta, eso es la cultura del adjetivo, nos encanta adjetivar a la gente, nos encanta: “¿Vos cómo te llamas? Me llamo bueno”. No, ese es un adjetivo. ¿Cómo te llamás? ―ir al nombre de la persona―, ¿quién sos?, ¿qué hacés?, ¿qué ilusiones tenés?, ¿cómo siente tú corazón? A los chismosos no le interesa, buscan rápido una etiqueta para sacárselos de encima. La cultura del adjetivo que descalifica a las personas. Piensen en eso para no caer en esto que se nos ofrece tan fácilmente en la sociedad.»
(Homilía de S.S. Francisco, 25 de enero de 2019).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Contemplaré un crucifijo y hablaré con Cristo.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.