Sábado 4 de junio de 2022 – «Tú sígueme»
P. Rodrigo Serrano Spoerer, LC
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Espíritu Santo, en estos días de preparación para la fiesta de Pentecostés te pido que te hagas presente en mi vida y envíes tu rayo de luz a mi mente, mi corazón y mis labios. Lava lo que en mí está manchado, riega esa parte árida, cura mi enfermedad. Doblega mi rigidez, calienta a mi frialdad, dirígeme y llévame al buen camino si em extravío. Guía Tú mi oración para que sea un acto de adoración, gratitud y ofrenda al Padre y al Hijo en comunión contigo.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Juan 21, 20-25
En aquel tiempo, Pedro, volviéndose, vio que los seguía el discípulo a quien Jesús tanto amaba, el mismo que en la cena se había apoyado en su pecho y le había preguntado: «Señor, ¿quién es el que te va a entregar?». Al verlo, Pedro dice a Jesús: «Señor, y éste ¿qué?». Jesús le contesta: «Si quiero que se quede hasta que yo venga, ¿a ti qué? Tú sígueme». Entonces se empezó a correr entre los hermanos el rumor de que ese discípulo no moriría. Pero no le dijo Jesús que no moriría, sino: «Si quiero que se quede hasta que yo venga, ¿a ti qué?”. Éste es el discípulo que da testimonio de todo esto y lo ha escrito; y nosotros sabemos que su testimonio es verdadero. Muchas otras cosas hizo Jesús. Si se escribieran una por una, pienso que los libros no cabrían ni en todo el mundo.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Jesús, hoy resuena en mi interior tu llamada a seguirte. Gracias porque no te cansas en recordármelo. La vocación cristiana no es una doctrina o un esfuerzo moral, sino un caminar detrás tus huellas: No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva (S.S. Benedicto XVI, Deus Caritas Est, n. 1). Se trata de un camino muy personal que Tú me marcas y que sólo yo puedo recorrer. Tú no llamas en abstracto ni en general; al contrario, lo haces de un modo muy particular en mi propio estado de vida. Mi vocación se renueva cada día, porque cada día es una nueva respuesta a esa llamada personal que Tú me haces y que se me presenta en los diversos acontecimientos del día: un mensaje inesperado, una buena o mala noticia, la salud o la enfermedad, la alegría o el dolor. Enséñame a descubrir tu presencia detrás de estos acontecimientos.
Una tentación que experimento al darte mi respuesta es la de mirar al lado. A veces siento envidia porque no logro lo que otros hacen; a veces me lleno de soberbia porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano (Lc 18,11); o bien, me desanimo al ver las deserciones de quienes caminaban junto a mí y olvido que, aunque caigan mil a tu lado y diez mil a tu diestra, a ti no se acercará (Sal 91,7). Ante estas tentaciones me respondes igual de a san Pedro ¿a ti qué? Tú sígueme. Y así, renuevas mis fuerzas para seguir tu camino.
La respuesta que me pides es siempre personal. Eso no quiere decir que sea solitaria. Junto a mí caminan tantos hermanos y hermanas que, con la oración y el compromiso apostólico nos ayudamos a ser fieles a tu llamada. Ayúdame a ver tu mano detrás de cada una se estas personas y no dejes que yo sea ocasión de tropiezo para quienes caminan junto a mí y desean ser generosos en su respuesta ti.
«La mirada amorosa y creativa de Dios nos ha alcanzado de una manera totalmente única en Jesús. Hablando del joven rico, el evangelista Marcos dice: “Jesús lo miró con amor” (10,21). Esa mirada llena de amor de Jesús se posa sobre cada una y cada uno de nosotros. Hermanos y hermanas, dejémonos interpelar por esa mirada y dejémonos llevar por Él más allá de nosotros mismos. Y aprendamos también a mirarnos unos a otros para que las personas con las que vivimos y que encontramos —cualesquiera que sean— puedan sentirse acogidas y descubrir que hay Alguien que las mira con amor y las invita a desarrollar todas sus potencialidades.
Cuando acogemos esta mirada nuestra vida cambia. Todo se vuelve un diálogo vocacional, entre nosotros y el Señor, pero también entre nosotros y los demás. Un diálogo que, vivido en profundidad, nos hace ser cada vez más aquello que somos: en la vocación al sacerdocio ordenado, ser instrumento de la gracia y de la misericordia de Cristo; en la vocación a la vida consagrada, ser alabanza de Dios y profecía de una humanidad nueva; en la vocación al matrimonio, ser don recíproco, y procreadores y educadores de la vida. En general, toda vocación y ministerio en la Iglesia nos llama a mirar a los demás y al mundo con los ojos de Dios, para servir al bien y difundir el amor, con las obras y con las palabras». (S.S. Francisco, Mensaje para la 59 jornada mundial de oración por las vocaciones, 8 de mayo de 2022).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Habla con Jesús de la vocación personal a al cual Él te está llamando, pegúntale cuál es la tuya. Háblale de las dificultades que experimentas para seguirla y pídele un corazón generoso y lleno de confianza en él para superarlas. Pide también por aquellas personas que conoces y que Dios ha llamado al sacerdocio o a la vida consagrada.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Dedica algún momento de hoy para hacer una oración o un sacrificio por las vocaciones. ¿Conoces tu vocación personal? Triste sería pasar por esta vida sin conocerla. Un medio ideal para descubrir el proyecto de Dios es la dirección espiritual ¿Tienes un director/a espiritual? Si lo/a tienes ¿cuándo fue la última vez que lo/a viste o hablaste con él/ella?
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.