Sábado 9 de abril – Aprender a conocer y a reconocerte a Cristo.
En el nombre del Padre y del hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo Rey Nuestro, ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Jesucristo, mi Rey, mi Señor y mi amigo, Tú siempre me acompañas y siempre te encuentras presente en mi vida. Te quiero dar las gracias por cuidarme y por velar por mí en cada instante. Hoy vengo a ofrecerte a Ti este momento, pues quiero escucharte y retirar mi mente y mi corazón de lo que distrae, para acercarme al único alimento espiritual: la oración. Concédeme meditar tu Evangelio con sencillez y atención. Así sea.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Juan 6, 16-21
Al atardecer del día de la multiplicación de los panes, los discípulos de Jesús bajaron al lago, se embarcaron y empezaron a atravesar hacia Cafarnaúm. Ya había caído la noche y Jesús todavía no los había alcanzado. Soplaba un viento fuerte y las aguas del lago se iban encrespando.
Cuando habían avanzado unos cinco o seis kilómetros, vieron a Jesús caminando sobre las aguas, acercándose a la barca, y se asustaron. Pero él les dijo: “Soy yo, no tengan miedo”. Ellos quisieron recogerlo a bordo y rápidamente la barca tocó tierra en el lugar a donde se dirigían.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
¿Cuántas veces Señor me he sentido navegando en una barca en la que Tú no te encuentras presente? Atardeció el día, bajó la noche y la única luz que iluminaba mi vida era quizá la de una luna agonizante. Tú nunca te ausentaste, pero mi alma muchas veces se ha sentido abandonada sin haberlo estado. Quiero identificar esos mares por los cuales he naufragado. ¿Por cuántos mares de miedos y fracasos no he sentido perder por poco el control y perecer? Y sin embargo, tú siempre te hallabas ahí.
Vienes a mi encuentro, Señor, como viniste a encontrar a tus apóstoles. Entre gritos interiores y miedos inexpresables tu presencia sale a flote para venir a rescatarme. Sí, en verdad yo no puedo nada sin tu gracia, no puedo nada sin tu amor, nada sin tu misericordia… pero con ellos, Señor mío, ningún viento y ningún agua que se encrespe puede hacerme siquiera temblar. Por eso quiero aprender a conocerte y a reconocerte en cada instante de mi vida, porque tú siempre estuviste presente.
Te doy gracias por venir a mí, por venir en medio de mi pequeñez y mezquindad. Tú me vuelves a decir «no tengas miedo», y me muestras cómo eres poderoso sobre incluso la naturaleza. No tengo nada que temer contigo, Jesucristo mi Dios, presente en mi vida. Hoy quiero caminar contigo, aprender de Ti, recibirte en la barca de mi vida, acogerte en mi corazón, para poder transmitirte con la alegría y seguridad de quien tiene sus columnas en tu gracia y tu amor. Llévame Señor a dar la vida por Ti en este día, con un martirio en cada instante, con la entrega generosa en las acciones de este hoy.
«Este amor misericordioso de Dios es lo que Simón Pedro reconoce en el rostro de Jesús. El mismo rostro que nosotros estamos llamados a reconocer en las formas en las que el Señor nos ha asegurado su presencia en medio de nosotros: en su Palabra, que ilumina las oscuridades de nuestra mente y de nuestro corazón; en sus Sacramentos, que, de cada una de nuestras muertes, nos vuelven a engendrar a una vida nueva; en la comunión fraterna, que el Espíritu Santo da vida entre sus discípulos; en el amor sin límites, que se hace servicio generoso y atento hacia todos; en el pobre, que nos recuerda cómo Jesús quiso que su suprema revelación de sí y del Padre tuviese la imagen del humillado y crucificado.»
(Homilía de S.S. Francisco, 10 de noviembre de 2015).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.Quiero seguir tu ejemplo, Señor, que me mostraste tu amor en tu perdón. Te prometo que buscaré una persona a la que quizás ofendí (podría ser mi pareja, o algún amigo o amiga), para pedirle un sincero perdón y ofrecerle nuevamente mi amistad.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.