El Sagrado Corazón en la espiritualidad del Regnum Christi

El Sagrado Corazón en la espiritualidad del Regnum Christi

Por Sylvester Heereman, LC

Conocer el corazón de Cristo es conocer el Reino de Dios, pues en ningún otro lugar de la creación el Amor divino reina tan plenamente como ahí.

El Estatuto de la Federación Regnum Christi ofrece algunas pistas para acercarnos a Jesucristo y conocer su corazón – su intimidad, sus pensamientos, afectos y propósitos.

Para nosotros Él es «Amigo y Señor», «Rey Nuestro» y a la vez compañero cercano y afectuoso, con quién nos une un «amor personal, real, apasionado y fiel» (cf. EFRC 12,14, 58). Contemplamos, amamos y seguimos a «Cristo Apóstol» que «sale a nuestro encuentro, nos revela el amor de su corazón, nos reúne junto con otros, nos forma como apóstoles, líderes cristianos, nos envía a colaborar con él en la evangelización y nos acompaña en el camino» (cf. EFRC 8, 9).

Nos fascina su modo de ser, ese «estilo de vida» que es a la vez «contemplativo y evangelizador». Vemos que Jesús es «hombre de vida interior, amante de la oración» y la vez está metido de lleno «en la tarea de anunciar el Reino y de hacer llegar la luz del evangelio a todo el mundo», «saliendo al encuentro de las necesidades materiales y espirituales» de cada persona. El «asume el combate espiritual, la lucha perseverante y confiada (en su padre) ante la realidad del mal y el pecado», «emprende con corazón magnánimo, entusiasmo y creatividad» su misión, se interesa por «las necesidades más apremiantes del mundo», «afronta con fortaleza y arrojo los desafíos» y dificultades, «aprovecha con audacia todas las oportunidades para anunciar el amor» y siempre «da lo mejor de sí mismo» (cf. EFRC 10, 13, 17, 20).

Jesús transmite a la vez ternura y pasión, paz y urgencia. La fuente de donde brota ese torbellino es «el amor que arde en su corazón». Él busca y anhela dos cosas: «dar gloria a Dios y hacer presente el Reino en el corazón de los hombres y de la sociedad». (cf. EFRC 7 y 14).

Todo en Jesús se explica por su amor «al Padre, que lo envía a redimirnos». «Con confianza inquebrantable en su amor en todo momento», Cristo «vive siempre consciente de haber recibido todo de manos del Padre» y así permanece en «una continua alabanza y ofrenda al Padre». Su vida terrena consiste en «adherirse con amor al plan salvífico del Padre» y por eso «camina con parresía por el sendero de la voluntad de Dios». Le invade sin cesar «el deseo de encender el fuego del amor del Padre en los corazones» y la conciencia de «la presencia y el amor» del Padre «en nuestro corazón, en el de cada hombre y en el mundo». La vida de Jesús es una perenne liturgia para gloria de Dios y a la vez es toda dedicada a los hombres (cf. EFRC 14, 19, 20, 21, 22, 25).

Jesús es Hijo y Apóstol del Padre, enviado para que «los hombres, sus hermanos, por quienes da la vida», lleguen a ser «por la acción del Espíritu Santo hijos en el Hijo».  El anhelo de Jesús por el Reino y su «amor hacia la humanidad», son dos caras de la misma moneda. El desea reinar en nuestros corazones y en la sociedad, «por medio de la progresiva transformación en él», para que descubramos «la dignidad y el valor sagrado -de nosotros mismos y- de cada persona». Él quiere que «nos dejemos penetrar por sus sentimientos que amando los suyos que estaban en el mundo los amó hasta el extremo». Estos sentimientos de su corazón hacen brotar una actitud y un comportamiento caracterizado por «la donación universal y delicada al prójimo, la servicialidad ingeniosa y abnegada, el trato bondadoso y sencillo, la misericordia con la debilidad de las personas, el hablar bien de los demás, el perdón y la reconciliación» (cf. EFRC 13, 14, 17, 20, 23).

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