Tener y estar en paz: un don del Espíritu Santo (Jn 14,23-29)

Evangelio: Juan 14,23-29
Dice Jesús: «Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él, y haremos morada en él. El que no me ama no guarda mis palabras. Y la palabra que escucháis no es mía, sino del Padre que me ha enviado. Os he dicho estas cosas estando entre vosotros. Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho. Os dejo la paz, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo. No se turbe vuestro corazón ni se acobarde. Habéis oído que os he dicho: «Me voy y volveré a vosotros». Si me amarais, os alegraríais de que me fuera al Padre, porque el Padre es más grande que yo. Y os lo digo ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda creáis».

Fruto: Valorar, anhelar y trabajar por la paz en mi familia y con la gente que me rodea.

Pautas para la reflexión
Hoy reflexionamos en el don de la paz. ¿Qué significa estar paz, sino poder dar la paz? ¿Por qué vemos día con día que hay países que no saben vivir en paz? ¿Por qué vemos en las noticias que hay personas que viven para destruir la paz en la sociedad?

1. Una paz falsa
En algunos países se continúa viviendo en un ambiente hostil. Si echamos un vistazo al «occidente civilizado» todavía se padece la muerte de muchos inocentes; el crimen organizado, el aborto… El clima de tensión, de un posible brote de violencia está a la orden del día. La paz sigue siendo un valor anhelado. ¿Y qué decir de aquellos países donde el crimen y la corrupción imponen su ley, matando gente, secuestrando y abusando de las personas…?

2. La paz os dejo, mi paz os doy
En este difícil ambiente, ¿qué paz nos dejó Jesucristo? Hasta podría surgir la duda: ¿de verdad nos ha traído la paz? Sabemos que, al momento de su nacimiento, reinaba una cierta paz en el orbe, pero parece que, con el paso de los años, la guerra y la violencia han ganado terreno. ¿No será que debemos suplicar mucho a Dios por este don tan preciado? ¿Por qué Dios quiere hacernos desear ardientemente ese don? El Evangelio sigue siendo vivo y actual: Jesucristo, su gracia y su Espíritu Santo nos han traído la paz. Es una paz interior, la paz del hombre con su conciencia, pero que se debe reflejar en lo exterior para ser auténtica y sincera. Tomemos el ejemplo de una bombilla: sólo si tiene luz dentro, si se ponen incandescentes sus conductos, puede iluminar el exterior. De nada sirve el interior si no da luz al exterior, y no podría iluminar las tinieblas si antes no se ha iluminado su interior.

3. El don para alcanzar la paz
Estas últimas semanas de Pascua están orientadas a la fiesta de Pentecostés, a la venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles. Este Espíritu es, precisamente, quien nos podrá dar el don de la paz. Tendemos con facilidad a mimetizar al Espíritu Santo, imaginándolo como una paloma blanca que revolotea sin rumbo fijo. Pero el Espíritu Santo es una persona, tan persona como Jesucristo. Y como persona, habla, sugiere, invita a hacer determinadas cosas, a corregir ciertas actitudes… Ese es el don que el Maestro nos regaló para alcanzar el regalo más preciado, la paz. ¿Cómo puedo escuchar a esta persona? Los hombres tenemos, además de una inteligencia y una voluntad, una conciencia; cuando actuamos sabemos si hemos obrado bien o mal, si en conciencia (así decimos) hicimos lo que debíamos. Ahí es donde habla el Espíritu Santo, y ahí es donde debemos escucharle, atenderle y sobre todo obedecerle. Él es quien nos dará el don de la paz, primero en nuestro interior, y después, como lógico reflejo, en nuestros círculos más cercanos. Seamos fuentes de paz. Extendamos en el mundo la paz.

Propósito: Entre mis compañeros y familiares no seré causa de ninguna discusión o altercado.

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