En la JMJ encontré una juventud que entusiasma y hace entusiasmar
Una reflexión del P. Arturo Díaz, LC, capellán del Monasterio de la Encarnación (Ávila, España)
Acabo de llegar de Polonia, Cracovia, de participar de la Jornada Mundial de la Juventud. Desde que salí de ese lugar me propuse escribir este artículo, pues encontré una juventud que entusiasma.
Con frecuencia vivimos en una sociedad en la que hemos generado un estereotipo de juventud, fraguada en un molde lleno de negatividad. Hasta el punto que hemos tendido un manto oscuro y negro sobre ella, que nos llena de pesimismo y escepticismo.
Frente a este tipo de visión de la juventud he de decir que en Cracovia, junto al Papa Francisco, se han dado cita más de un millón y medio de jóvenes provenientes de unos 200 países, que han abarrotado en la vigilia con el Papa Francisco el equivalente a 250 campos de fútbol. Todos ellos demostrando un tipo diferente de joven.
Poniendo la mirada en ellos, no he visto en casi ninguno aspectos que hoy comienzan a ser habituales entre muchos jóvenes: tatuajes, pearcings, cortes de pelo extraños, cabellos teñidos de colores chillones, ropa extravagante… Tampoco he escuchado palabras groseras, ni he visto actitudes y composturas de dejadez, de alcoholismo, de violencia, de tedio, de aburrimiento.
Estos jóvenes han hecho gala de ser lo que bien podríamos calificar “normales”: alegres, sanos, respetuosos, generosos.
Una prueba de esto es que en los días en que ha trascurrido la Jornada Mundial de la Juventud no ha habido ningún tipo de denuncia policial, ningún altercado, ni nada por el estilo; cosa nada fácil en la convivencia entre muchachos, más aún cuando son de diferentes naciones tratándose de una turba juvenil tan numerosa transitando por ciudades, calles, trenes, restaurantes, plazas, bares y parques.
Además hay que reconocer lo difícil que resulta para la organización, la policía, los bomberos y demás agentes del orden, movilizar a más de un millón y medio de jóvenes por varios escenarios, durante varios días, con la presencia del Papa Francisco y, por si fuera poco, las alertas terroristas de posibles atentados yihadistas. Lógicamente todo esto ha hecho que se vivieran situaciones en las que los jóvenes han tenido que echar mano de buenas dosis de paciencia, sacrificio, orden, solidaridad y buena cara ante la dificultad.
Junto a todo esto, y a modo de corolario, habría que destacar en la lección de que nos ha dado esta juventud, la presencia en muchos de los grupos de jóvenes discapacitados, llevados en los carritos u otros medios por sus propios compañeros. Tarea nada fácil, en calles aglomeradas, caminos pedregosos, multitudes apiñadas, accesos cerrados, pero que han sido superados por ese espíritu intrépido y solidario de jóvenes con valor y arrojo.
Esta demostración de que existe una juventud que entusiasma, es un revulsivo que nuestra sociedad necesita para seguir depositando en las nuevas generaciones confianza, esperanza y empeño por ayudarlos. Al mismo tiempo, estas jornadas son necesarias para muchos jóvenes que viven y piensan como ellos, pero que se ven cercados por un ambiente hostil y de unos compañeros que viven y expresan lo contrario, haciéndoles sentirse, en más de alguna ocasión, como chicos extraños, raros, venidos de otro planeta.
La realidad es que este más de millón y medio de jóvenes, en verdad representan a muchos otros que no han podido ir a Cracovia, pero que aumentan considerablemente el número de jóvenes que entusiasman y que hacen vislumbrar un futuro con esperanza, porque ellos muestran ser capaces de compromiso, liderazgo, responsabilidad, ilusión, virtudes e ideales.
Si alguien me preguntara cuál es el secreto o la receta de estos jóvenes con entusiasmo, no me cabe otra respuesta que decir: el ideal cristiano que tienen en sus vidas, en las que Jesús es camino, verdad y vida. Y esto nos tiene que llevar a replantearnos lo que se refiere a la transmisión generacional de la fe: debemos llevar a los jóvenes a la iglesia, formarlos en la doctrina y valores que emanan del Evangelio, comprometerlos en tareas que hagan realidad su ser cristianos, darles el ejemplo que requieren, saberles escuchar y encauzar, tener con ellos paciencia, comprensión y confianza.
Estos jóvenes que entusiasman no surgen como generación espontánea; son fruto de un padre, de una madre, de una familia, de un hogar, de una parroquia, de un colegio, de un grupo… en definitiva: de cada uno de nosotros, y esto nos tiene que animar en la tarea.
Polonia, Cracovia, la JMJ: ha sido una demostración patente de una juventud muy numerosa que entusiasma y que hace entusiasmar.