Viernes 25 de septiembre de 2020 – El diálogo identitario
H. José Alberto Rincón, L.C.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor, que cada día haga la experiencia de escuchar tu voz que me confirma en quien soy.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 9, 18-22
Un día en que Jesús, acompañado de sus discípulos, había ido a un lugar solitario para orar, les preguntó: “¿Quién dice la gente que soy yo?” Ellos contestaron: “Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros, que Elías; y otros, que alguno de los antiguos profetas, que ha resucitado”.
Él les dijo: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?” Respondió Pedro: “El Mesías de Dios”. Entonces Jesús les ordenó severamente que no lo dijeran a nadie.
Después les dijo: “Es necesario que el Hijo del hombre sufra mucho, que sea rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, que sea entregado a la muerte y que resucite al tercer día”.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
A menudo convertimos nuestra relación con Dios en un monólogo. Todo se reduce a lo que yo deseo decir, lo que yo traigo en el corazón, lo que yo pienso que debería Él concederme. Esto no está mal, pero es incompleto. ¿Qué quiere decir Dios, que trae Él en su corazón, que desea Él concederme? ¡Qué poco le hacemos caso en la oración!
Nosotros somos los que nos perdemos de la oportunidad. Pensémoslo. Cuando hablamos con alguien cercano, cara a cara, vemos nuestro rostro reflejado en la mirada de esa persona. Lo mismo sucede con Dios. Cuando realmente nos encontramos con Él en la oración, Sus ojos dejan ver el reflejo más transparente que jamás hallaremos de nosotros mismos. Ahí es que descubrimos nuestra identidad. Ahí es que sabemos realmente quiénes somos.
Cuando una persona nos mira, hay intercambio de aspiraciones. Cuando Dios nos mira, es como si fuéramos creados una y otra vez. La mirada de Dios nos confirma en nuestra existencia. Dicho de otro modo, Dios nos recuerda que es bueno que existamos, y que desea que nos refugiemos en esa mirada cuando el mundo nos presente imágenes alteradas de nosotros mismos. El hombre auténtico es el que cada día busca su reflejo, no en el espejo, sino en los ojos de Dios. De ese diálogo brota mi identidad; en ese diálogo me es donada la vida.
«La identidad del cristiano es ésta: las Bienaventuranzas. No hay otra. Si haces esto, si vives así, eres cristiano. “No, pero mira, yo pertenezco a esa asociación, a esa otra…, soy de este movimiento…”. Sí, sí, todo muy bonito; pero son fantasías frente a esta realidad. Tu carnet de identidad es este [indica el Evangelio], y si no lo tienes, los movimientos u otras pertenencias son inútiles. O vives así, o no eres cristiano. Simplemente. Lo dijo el Señor. “Sí, pero no es fácil, no sé cómo vivir así…”. Hay otro pasaje del Evangelio que nos ayuda a entenderlo mejor, y ese pasaje del Evangelio será también el “gran protocolo” por el que seremos juzgados. Es Mateo 25. Con estos dos pasajes del Evangelio, las Bienaventuranzas y el gran protocolo, mostraremos, viviendo esto, nuestra identidad como cristianos. Sin esto no hay identidad. Está la ficción de ser cristiano, pero no la identidad.»
(Homilía SS Francisco, 2 de noviembre de 2019)
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Cuando corra el riesgo de dejarme afectar por los comentarios de otros, elevaré mi pensamiento a Dios y le preguntaré con sencillez qué es lo que Él dice de mí, qué es lo que aus ojos me muestran sobre mí.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.