Viernes 7 de abril de 2023 – Viernes Santo – «Por mí, por amor a mí»
Michelle Gow, CRC
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
En silencio y con el corazón lleno de dolor y gratitud, te contemplo hoy en la cruz, Jesús mío, Salvador mío. Espíritu Santo abre mis ojos y mi corazón para ser testigo del gran amor y recibir todas las gracias que este día me tiene preparado el Redentor.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Juan 18, 1-19, 42
En aquel tiempo, salió Jesús con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón, donde había un huerto, y entraron allí él y sus discípulos. Judas, el traidor, conocía también el sitio, porque Jesús se reunía a menudo allí con sus discípulos. Judas entonces, tomando la patrulla y unos guardias de los sumos sacerdotes y de los fariseos, entró allá con faroles, antorchas y armas. Jesús sabiendo todo lo que venía sobre él, se adelantó y les dijo: «¿A quién buscáis?”. Le contestaron: «A Jesús, el Nazareno”. Les dijo Jesús: «Yo soy”. Estaba también con ellos Judas, el traidor. Al decirles: «Yo soy», retrocedieron y cayeron a tierra. Les preguntó otra vez: «¿A quién buscáis?”. Ellos dijeron: «A Jesús, el Nazareno”. Jesús contestó: «Os he dicho que soy yo. Si me buscáis a mí, dejad marchar a éstos”. Y así se cumplió lo que había dicho: «No he perdido a ninguno de los que me diste.» Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió al criado del sumo sacerdote, cortándole la oreja derecha. Este criado se llamaba Malco. Dijo entonces Jesús a Pedro: «Mete la espada en la vaina. El cáliz que me ha dado mi Padre, ¿no lo voy a beber?”. La patrulla, el tribuno y los guardias de los judíos prendieron a Jesús, lo ataron y lo llevaron primero a Anás, porque era suegro de Caifás, sumo sacerdote aquel año; era Caifás el que había dado a los judíos este consejo: «Conviene que muera un solo hombre por el pueblo.» Simón Pedro y otro discípulo seguían a Jesús. Este discípulo era conocido del sumo sacerdote y entró con Jesús en el palacio del sumo sacerdote, mientras Pedro se quedó fuera a la puerta. Salió el otro discípulo, el conocido del sumo sacerdote, habló a la portera e hizo entrar a Pedro. La criada que hacía de portera dijo entonces a Pedro: «¿No eres tú también de los discípulos de ese hombre?”. Él dijo: «No lo soy”. Los criados y los guardias habían encendido un brasero, porque hacía frío, y se calentaban. También Pedro estaba con ellos de pie, calentándose. El sumo sacerdote interrogó a Jesús acerca de sus discípulos y de la doctrina. Jesús le contesto: «Yo he hablado abiertamente al mundo; yo he enseñado continuamente en la sinagoga y en el templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he dicho nada a escondidas. ¿Por qué me interrogas a mí? Interroga a los que me han oído, de qué les he hablado. Ellos saben lo que he dicho yo”. Apenas dijo esto, uno de los guardias que estaba allí le dio una bofetada a Jesús, diciendo: «¿Así contestas al sumo sacerdote?”. Jesús respondió: «Si he faltado al hablar, muestra en qué he faltado; pero si he hablado como se debe, ¿por qué me pegas?”. Entonces Anás lo envió atado a Caifás, sumo sacerdote. ¿No eres tú también de sus discípulos? No lo soy. Simón Pedro estaba en pie, calentándose, y le dijeron: «¿No eres tú también de sus discípulos?”. Él lo negó, diciendo: «No lo soy”. Uno de los criados del sumo sacerdote, pariente de aquel a quien Pedro le cortó la oreja, le dijo: «¿No te he visto yo con él en el huerto?”. Pedro volvió a negar, y enseguida canto un gallo. Llevaron a Jesús de casa de Caifás al pretorio. Era el amanecer, y ellos no entraron en le pretorio para no incurrir en impureza y poder así comer la Pascua. Salió Pilato afuera, adonde estaban ellos, y dijo: «¿Qué acusación presentáis contra este hombre?”. Le contestaron: «Si éste no fuera un malhechor, no te lo entregaríamos”. Pilato les dijo: «Lleváoslo vosotros y juzgadlo según vuestra ley”. Los judíos le dijeron: «No estamos autorizados para dar muerte a nadie”. Y así se cumplió lo que había dicho Jesús, indicando de qué muerte iba a morir. Entró otra vez Pilato en el pretorio, llamó a Jesús y le dijo: «¿Eres tú el rey de los judíos?”. Jesús le contestó: «¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?”. Pilato replicó: «¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí; ¿qué has hecho?”. Jesús le contestó: «Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí”. Pilato le dijo: «Conque, ¿tú eres rey?”. Jesús le contestó: «Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz”. Pilato le dijo: «Y, ¿qué es la verdad?”. Dicho esto, salió otra vez a donde estaban los judíos y les dijo: «Yo no encuentro en él ninguna culpa. Es costumbre entre vosotros que por Pascua ponga a uno en libertad. ¿Queréis que os suelte al rey de los judíos?”. Volvieron a gritar: «A ese no, a Barrabás”. El tal Barrabás era un bandido. Entonces Pilato tomó a Jesús y lo mandó azotar. Y los saldados trenzaron una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza y le echaron por encima un manto color púrpura; y, acercándose a él, le decían: «¡Salve, rey de los judíos!”. Y le daban bofetadas. Pilato salió otra vez afuera y les dijo: «Mirad, os lo saco afuera, para que sepáis que no encuentro en él ninguna culpa”. Y salió Jesús afuera, llevando la corona de espinas y el manto color púrpura. Pilato les dijo: «Aquí lo tenéis”. Cuando lo vieron los sumos sacerdotes y los guardias, gritaron: «¡Crucifícalo, crucifícalo!”. Pilato les dijo: «Lleváoslo vosotros y crucificadlo, porque yo no encuentro culpa en él”. Los judíos le contestaron: «Nosotros tenemos una ley, y según esa ley tiene que morir, porque se ha declarado Hijo de Dios”. Cuando Pilato oyó estas palabras, se asustó aún más y, entrando otra vez en el pretorio, dijo a Jesús: «¿De dónde eres tú?”. Pero Jesús no le dio respuesta. Y Pilato le dijo: «¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo autoridad para soltarte y autoridad para crucificarte?”. Jesús le contestó: «No tendrías ninguna autoridad sobre mí, si no te la hubieran dado de lo alto. Por eso el que me ha entregado a ti tiene un pecado mayor”. Desde este momento Pilato trataba de soltarlo, pero los judíos gritaban: «Si sueltas a ése, no eres amigo del César. Todo el que se declara rey está contra el César”. Pilato entonces, al oír estas palabras, sacó afuera a Jesús y lo sentó en el tribunal, en el sitio que llaman «el Enlosado» (en hebreo Gábbata). Era el día de la Preparación de la Pascua, hacia el mediodía. Y dijo Pilato a los judíos: «Aquí tenéis a vuestro rey”. Ellos gritaron: «¡Fuera, fuera; crucifícalo!”. Pilato les dijo: «¿A vuestro rey voy a crucificar?”. Contestaron los sumos sacerdotes: «No tenemos más rey que al César”. Entonces se lo entregó para que lo crucificaran. Tomaron a Jesús, y él, cargando con la cruz, salió al sitio llamado «de la Calavera» (que en hebreo se dice Gólgota), donde lo crucificaron; y con él a otros dos, uno a cada lado, y en medio, Jesús. Y Pilato escribió un letrero y lo puso encima de la cruz; en él estaba escrito: «Jesús, el Nazareno, el rey de los judíos.» Leyeron el letrero muchos judíos, porque estaba cerca el lugar donde crucificaron a Jesús, y estaba escrito en hebreo, latín y griego. Entonces los sumos sacerdotes de los judíos dijeron a Pilato: «No escribas: ‘El rey de los judíos’, sino: ‘Éste ha dicho: Soy el rey de los judíos’”. Pilato les contestó: «Lo escrito, escrito está”. Los soldados, cuando crucificaron a Jesús, cogieron su ropa, haciendo cuatro partes, una para cada soldado, y apartaron la túnica. Era una túnica sin costura, tejida toda de una pieza de arriba a abajo. Y se dijeron: «No la rasguemos, sino echemos a suerte, a ver a quién le toca”. Así se cumplió la Escritura: «Se repartieron mis ropas y echaron a suerte mi túnica». Esto hicieron los soldados. Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás, y María, la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y cerca al discípulo que tanto quería, dijo a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo”. Luego, dijo al discípulo: «Ahí tienes a tu madre”. Y desde aquella hora, el discípulo la recibió en su casa. Después de esto, sabiendo Jesús que todo había llegado a su término, para que se cumpliera la Escritura dijo: «Tengo sed”. Había allí un jarro lleno de vinagre. Y, sujetando una esponja empapada en vinagre a una caña de hisopo, se la acercaron a la boca. Jesús, cuando tomó el vinagre, dijo: «Está cumplido”. E, inclinando la cabeza, entregó el espíritu. Los judíos entonces, como era el día de la Preparación, para que no se quedaran los cuerpos en la cruz el sábado, porque aquel sábado era un día solemne, pidieron a Pilato que les quebraran las piernas y que los quitaran. Fueron los soldados, le quebraron las piernas al primero y luego al otro que habían crucificado con él; pero al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados, con la lanza, le traspasó el costado, y al punto salió sangre y agua. El que lo vio da testimonio, y su testimonio es verdadero, y él sabe que dice verdad, para que también vosotros creáis. Esto ocurrió para que se cumpliera la Escritura: «No le quebrarán un hueso»; y en otro lugar la Escritura dice: «Mirarán al que atravesaron”. Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo clandestino de Jesús por miedo a los judíos, pidió a Pilato que le dejara llevarse el cuerpo de Jesús. Y Pilato lo autorizó. Él fue entonces y se llevó el cuerpo. Llegó también Nicodemo, el que había ido a verlo de noche, y trajo unas cien libras de una mixtura de mirra y áloe. Tomaron el cuerpo de Jesús y lo vendaron todo, con los aromas, según se acostumbra a enterrar entre los judíos. Había un huerto en el sitio donde lo crucificaron, y en el huerto un sepulcro nuevo donde nadie había sido enterrado todavía. Y como para los judíos era el día de la Preparación, y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
¿A quíen buscas? ¿Qué visión tengo de lo que debe ser un salvador del mundo? ¿Un poderosos? ¿Un protagonista? ¿Un gran líder? ¿Un profeta? Hoy el Savaldor se me presenta como el Siervo Sufriente de Dios. Acepta todos los sufrimientos físicos que sufre: las bofetadas, la flagelación, las espinas, las caídas y la crucifixión. También acepta el sufrimiento moral: la traición, la negación, la burla. Todo lo acepta, hasta lo abraza por mí, por amor a mí.
Jesús acpeta la caliz de su Padre. Lo acepta completamente y en primera persona. No permite que ninguno de los que el Padre le ha dado sufran en su lugar. Se dirige a los soldados y protege a sus apóstoles. No permite que Pedro impida el camino de los hechos con la violencia. Se deja llevar al juicio, a la Pasión y la muerte por mí, por amor a mí.
Mi rey. Jesús es mi Rey. Es mi Rey crucificado. Un rey da protege su pueblo de las amenazas de fuera y de dentro. Jesús, con su crucifixión, me ha redimido de la maldad del enemigo. Me ha salvado del pecado que llevo dentro. Ha venido a traer la gracia y la justicia. Hoy, Viernes Santo, me dejo contemplar cuánto costó para que mi Rey me pudiera brindar tan grandes bienes. Todo por mí, por amor a mí.
Y cuando no tenía más que dar, nos dio lo más precioso que tenía: Su Madre. Ahí tienes a tu hijo. Aquí estoy, Madre Santísima. Soy tu hijo. Ven conmigo a mi casa. Enseñame cómo amar a tu Hijo. Permítame hoy acompañarte en tu dolor. Quiero ser buen hijo porque me fuiste entregada por Dios mismo. Él me regaló tu dulce compañía por mí, por amor a mí.
«Hermanos y hermanas, nuestra esperanza se llama Jesús. Él entró en el sepulcro de nuestros pecados, llegó hasta el lugar más profundo en el que nos habíamos perdido, recorrió los enredos de nuestros miedos, cargó con el peso de nuestras opresiones y, desde los abismos más oscuros de nuestra muerte, nos despertó a la vida y transformó nuestro luto en danza. ¡Celebremos la Pascua con Cristo! Él está vivo y también hoy pasa, transforma, libera. Con Él el mal no tiene más poder, el fracaso no puede impedir que empecemos de nuevo, la muerte se convierte en un paso para el inicio de una nueva vida. Porque con Jesús, el Resucitado, ninguna noche es infinita; y, aun en la oscuridad más densa, en esa oscuridad brilla la estrella de la mañana». (S.S. Francisco, Homilía del 16 de abril de 2022).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
El día de hoy, tomaré un tiempo para contemplar a Jesús en la cruz, rezando el Viacrucis.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.