Viernes 9 de septiembre – Ser Cristo para los demás
H. Javier Castellanos, LC
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
María, enséñame a orar. Guíame hacia tu Hijo, háblame de Él y ayúdame a seguir sus pasos. Tú que alimentaste y educaste a Jesús, pídele a Dios mi alimento espiritual, educa mi corazón según el Corazón de Cristo, para que todo el que me encuentre este día lo encuentre a Él.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 6, 39-42
En aquel tiempo, Jesús propuso a sus discípulos este ejemplo: “¿Puede acaso un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en un hoyo? El discípulo no es superior a su maestro; pero cuando termine su aprendizaje, será como su maestro.
¿Por qué ves la paja en el ojo de tu hermano y no la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo te atreves a decirle a tu hermano: ‘Déjame quitarte la paja que llevas en el ojo’, si no adviertes la viga que llevas en el tuyo? ¡Hipócrita! Saca primero la viga que llevas en tu ojo y entonces podrás ver, para sacar la paja del ojo de tu hermano”.
Palabra del Señor
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio.
«Aprendan de mí…» Cada bautizado lleva en el alma un sello: el sello de Cristo mismo, que lo llama a seguir sus pasos en este mundo, hablar sus palabras, mirar con sus ojos. Una vocación que se aprende poco a poco, si somos dóciles y abiertos a la acción de la gracia en nosotros. El verdadero discípulo de Jesús se deja transformar por Él, para poder parecerse cada vez más a Él. Aprender de Él significa ponerse como un trozo de barro delante de Dios, dejar que Él vaya moldeando con sus dedos un rostro y unos rasgos como los suyos. «Jesús, manso y humilde de corazón, ¡haz mi corazón semejante al tuyo! Cristo, Rey y Maestro, hazme como Tú… ¡venga tu Reino en mi corazón!»
El rasgo más auténtico para distinguir a un cristiano, para verificar si se parece a su Maestro, es la verdadera caridad. Cristo vino a guiarnos hacia la Verdad, de su mano llegamos al Padre, al cielo, a la felicidad plena… Pero no seguimos a Jesús por separado, cada uno por su cuenta; dentro de la Iglesia cada uno recibe la gracia para poder, a su vez, sostener a otros. Pero también es verdad que lo que ayuda a los demás por encima de todo es la propia santificación. No hay nada mejor para invitar a la conversión que ver el esfuerzo que hace un hermano o hermana por ser mejor él mismo o ella misma. Muchas veces no hace falta corregir con palabras. ¡El ejemplo arrastra!
Señor Jesús, ¡venga tu Reino! Transforma el corazón de todos tus discípulos y de todo el mundo. Ayúdame a ser un ejemplo para los demás: quita la viga que cubre mis ojos, ayúdame a verte cada vez mejor. Y que mi familia, mis amigos, las personas con las que convivo cada día, al ver este ejemplo, vivido con humildad, sientan la atracción hacia Ti.
«El Señor con aquella imagen de la paja en el ojo del hermano y de la viga en el propio nos enseña esto, a no sentirnos el juez que quita la paja del ojo ajeno. Jesús usa aquella palabra destinada a quienes tienen una doble cara, una doble alma: ‘hipócritas’. Y todos, iniciando desde el Papa hacia abajo: todos. Si uno de nosotros no tiene la capacidad de acusarse a sí mismo no es cristiano, no entra en esta obra de reconciliación, de pacificación, de la ternura, de la bondad, del perdón, de la magnanimidad, de la misericordia que nos ha traído Jesucristo. El primer paso es pedir al Señor la gracia de una conversión y cuando me viene en mente pensar a los defectos de los otros, pararme y tener el coraje que tuvo san Pablo cuando dijo: ‘Yo era un blasfemo, un perseguidor, un violento.»
(Cf Homilía de S.S. Francisco, 11 de septiembre de 2015, en santa Marta).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hacer en algún momento del día una comunión espiritual, pidiendo a Cristo la gracia de formar mi corazón como el suyo.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.