Regnum Christi Internacional

Domingo 09 de enero de 2022 – «El Espíritu Santo nos hace hijos amados del Padre»

Diego López, LC

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

 

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

No tengo nada que temer porque vengo a hablar con Dios Padre, mi padre bueno; Dios Hijo, mi amigo íntimo que jamás me falla; Dios Espíritu Santo, mi apoyo y consuelo en todo momento. María, te pido que abras mi corazón en esta oración para que el Señor pueda realmente entrar en mi, y yo escuchar su voz. Amén.

 

Evangelio del día (para orientar tu meditación)

Del santo Evangelio según san Lucas 3, 15-16. 9-11
En aquel tiempo, el pueblo estaba en expectación, y todos se preguntaban si no sería Juan el Mesías; él tomó la palabra y dijo a todos: “Yo os bautizo con agua; pero viene el que puede más que yo, y no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego”. En un bautismo general, Jesús también se bautizó. Y, mientras oraba, se abrió el cielo, bajó el Espíritu Santo sobre él en forma de paloma, y vino una voz del cielo: “Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto”.

Palabra del Señor.

 

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Somos creados a imagen y semejanza de Dios. Esa imagen la tenemos por el mismo hecho de ser hombres y mujeres creados por Dios. Sin embargo, la semejanza, a causa del pecado original, la hemos perdido. Ya no somos esa primera humanidad perfecta en el amor que Dios creó en el paraiso. Nuestro parecido con Dios desapareció en parte. Nuestro amor se volvió egoísta, autoreferencialista, tibio… Pero el Padre envió a su Hijo, a imagen del cual nos creó, a morir en una cruz, a cargar con nuestros pecados, a redimirnos, para devolvernos esa semejanza con Él.

Por eso, la vida y el tiempo se convierten en algo maravilloso cuando se vive desde esta perspectiva: un camino en el que el Espíritu Santo con su gracia, y nosotros con nuestro pequeño esfuerzo y abundante confianza, modelamos de nuevo esa semejanza con Dios en nuestra persona, es decir, nos divinizamos, nos hacemos más parecidos a Dios.

De este modo, el Padre, al mirarnos desde el cielo, ve el rostro de Jesucristo en nosotros y nos dice como a Él: “Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto”. No se trata de dejar de ser nosotros mismos, sino de descubrir y vivir nuestra identidad más profunda: el hecho de que somos hijos amados del Padre y que nada jamás podrá cambiar esto. Nuestra verdadera y más profunda identidad la descubrimos cuando escuchamos al Padre decir nuestro nombre.

 

«Algunos piensan: ¿Pero por qué bautizar a un niño que no entiende? Esperemos a que crezca, que entienda y sea él mismo quien pida el bautismo. Pero esto significa no tener confianza en el Espíritu Santo, porque cuando nosotros bautizamos a un niño, en ese niño entra el Espíritu Santo y el Espíritu Santo hace crecer en ese niño, desde niño, virtudes cristianas que después florecen. Siempre se debe dar esta oportunidad a todos, a todos los niños, de tener dentro el Espíritu Santo que les guíe durante la vida. ¡No os olvidéis de bautizar a los niños! Nadie merece el bautismo, que es siempre un don para todos, adultos y recién nacidos. Pero como sucede con una semilla llena de vida, este don emana y da fruto en un terreno alimentado por la fe». (S.S. Francisco, Catequesis del 11 de abril de 2018).

 

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

 

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Te invito esta semana a que tomes la Primera Carta a los Corintios capítulo 13 y compares las características que San Pablo da al amor con las caracteristicas del amor en tu vida. Y si ves alguna disonancia, proponte trabajar en ese rasgo del amor que te falta aún vivir más plenamente.

 

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

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