Regnum Christi Internacional

Miércoles 1 de junio de 2022 – «Consagrados en la Verdad»

P. Rodrigo Serrano Spoerer, LC

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Espíritu Santo, en estos días de preparación para la fiesta de Pentecostés te pido que te hagas presente en mi vida y envíes tu rayo de luz a mi mente, mi corazón y mis labios. Tú eres el Consolador óptimo, dulce huésped de mi alma, dulce refrigerio; descanso en el trabajo, en el ardor tranquilidad, consuelo en el llanto. Llena en este día lo más íntimo de mi vida par que pueda ser un reflejo de la vida de Jesús.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Juan 17, 11-19

En aquel tiempo, Jesús, levantando los ojos al cielo, oró, diciendo: “Padre santo, guárdalos en tu nombre, a los que me has dado, para que sean uno, como nosotros. Cuando estaba con ellos, yo guardaba en tu nombre a los que me diste, y los custodiaba, y ninguno se perdió, sino el hijo de la perdición, para que se cumpliera la Escritura. Ahora voy a ti, y digo esto en el mundo para que ellos mismos tengan mi alegría cumplida. Yo les he dado tu palabra, y el mundo los ha odiado porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No ruego que los retires del mundo, sino que los guardes del mal. No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. Conságralos en la verdad; tu palabra es verdad. Como tú me enviaste al mundo, así los envío yo también al mundo. Y por ellos me consagro yo, para que también se consagren ellos en la verdad”.

Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Jesús, el Evangelio de hoy me presenta tu “oración sacerdotal”, ese discurso de despedida donde revelas a tus discípulos lo más íntimo de tu corazón. Estabas a pocas horas de ofrecer tu sacrificio en la cruz y elevaste tus ojos hacia tu Padre para confiarle lo que te era más querido en ese momento: tu misión de glorificarlo, tu Iglesia allí presente y futura, tus amados discípulos. Entre ellos me encuentro yo y quiero dejar que tus palabras toquen mi vida cotidiana.

En primer lugar, hablas de la unidad que deseas para tu Iglesia. Sabes que en cada uno de nosotros hay un germen de discordia y desunión. Lo veo cada día, no sólo en las guerras o conflictos a gran escala, sino también dentro de nuestras comunidades, grupos de amigos y hasta en nuestras propias familias. ¡Cuánta división encuentro  a mi alrededor! Incluso tantas veces me encuentro interiormente dividido y experimento, como san Pablo, que no hago el bien que quiero; pero el mal que no quiero, éste hago (Rm 7,19). Ayúdame a no perder de vista que Tú eres la fuente de la verdadera unidad, aquella que nadie puede destruir. Sólo viviendo unido a ti podré vencer ese germen venenoso de división y seré signo de unión y concordia para los demás.

Me hablas también de un mundo que no quiere saber nada de ti, un mundo que no te conoce y, por eso, te rechaza. No es fácil vivir en este mundo sin ser absorvido por él. La tentación de dejarse llevar por la corriente de la sensualidad, del materialismo, de la indiferencia por los demás está al alcance de la mano cada día. La fidelidad, la sinceridad, el respeto, el perdón, la caridad fraterna, la humildad parecen brillar por su ausencia en este mundo. Jesús dame la fuerza y el valor para vivir una vida según tus enseñanzas, cueste lo que cueste, porque allí está el secreto de una vida feliz. Cuántos santos fueron capaces de sacrificar la vida fácil que este mundo les ofrecía para seguirte y, sin embargo, ninguno de ellos tuvo una vida infeliz, incluso en medio de sufrimientos y persecuciones. Pienso en Santa Teresa entre los pobres de Calcuta, san Damián entre los leprosos de las Islas Molucas, el beato Agustín Pro en medio de la guerra cristera, en fin tantos santos y mártires que me confirman que “un santo triste es un triste santo”. Tu me ofreces, en este mundo, una via estrecha pero mucho más segura, bella y feliz que la que la vía ancha que me ofrece el mundo.

Finalmente, me recuerdas mi consagración baustimal que, a finde cuentas es consagración a ti. Tú dijiste que eras el Camino, la Verdad y la Vida (Jn 14,6) y, al consagrarme en la verdad me llamas a un camino de santidad que sólo yo puedo recorrer, y que me permitirá compartir la laegría que me ofreces en este mundo y en la eternidad. Me dará la fuerza para ser reflejo de tu santidad. Y, como tu me prometes, seremos uno, como el Padre y Tú son uno con el Espíritu Santo.

«¿Qué significa “consagrar”? “Consagrado”, es decir, “santo” (fiados en la Biblia hebrea), en su pleno sentido según la concepción bíblica, es sólo Dios mismo. Santidad es el término usado para expresar su particular modo de ser, el ser divino como tal. Así, la palabra “santificar, consagrar”, significa traspasar algo —persona o cosa— a la propiedad de Dios, y especialmente su destinación para el culto. Esto puede consistir, por un lado, en la consagración para el sacrificio (cf. Ex 13,2; Dt 15,19); por otro, puede significar la consagración al sacerdocio (cf. Ex 28,41), destinar a un hombre a Dios y al culto divino.

El proceso de consagración, de “santificación”, comprende dos aspectos aparentemente opuestos entre sí, pero que, en realidad, van interiormente unidos. Por una parte, “consagración”, en el sentido de “santificación”, es una segregación del resto del entorno propio de la vida personal del hombre. Lo consagrado es elevado a una nueva esfera que ya no está a disposición del hombre. Pero esta segregación incluye esencialmente al mismo tiempo el “para”: precisamente porque se entrega totalmente a Dios, esta realidad existe ahora para el mundo, para los hombres, los representa y los debe sanar. Podemos decir también: segregación y misión forman una única realidad completa». (S.S. Benedicto XVI – Joseph Ratzinger, Jesús de Nazaret vol. II).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Haz un diálogo con Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo en el que le digas qué significa para ti tu consagración bautismal. Agradécele que te haya separado del mundo para vivir una vida santa compartiendo la alegría que significa vivir en unión con Él. Pídele perdón por los momentos en que haz cedido a la tentación y te haz apartado del camino que Él te proponía. Confía en María, su Madre, ella te acmopañará  te protegerá en este camino. Puedes terminar este diálogo rezando pausadamente un Padre Nuestro y la Salve.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

En los momentos del día en que pueda experimentar la tentación de tomar la vía más fácil de la ira, la sensualidad, la pereza, el orgullo, etc. voy a detenerme un momento y pensar qué desea Jesús de mí en este momento y haré un acto de confianza en Él para poder ser fiel a su llamada a la santidad.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

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